Si bien es difícil de establecer la fecha exacta del nacimiento de la impresora, lo que sí está claro es que su proceso de gestación fue largo, combinó el trabajo de varias mentes maravillosas y no siempre estuvo vinculado a la creación del ordenador.
La historia se remonta al 1938, cuando el estadunidense Chester Carlson inventó el proceso de reproducción de imágenes y textos, lo que se bautizó como xerografía, un logro con el que inició la fundación de Xerox.
En la década de 1940, el matemático y científico inglés Charles Babbage quiso continuar el camino que había trazado Carlson e inventó una máquina analítica que pretendía ser un ordenador y que incluía también un mecanismo de impresión. Sin embargo, Babbage nunca pudo convertir sus planos en realidad hasta que en 1991 se honró su memoria fabricando su modelo.
La primera impresora eléctrica para computadoras no llegaría pues hasta el 1953, cuando se creó UNIVAC, una máquina de alta velocidad que sólo era capaz de imprimir textos, la misma limitación que presentó 7 años más tarde la impresión por matiz de puntos.
La verdadera revolución de la impresión no llegó hasta los 70, cuando después de dos años de trabajo el ingeniero de Xerox Gary Starkweather, recogió el guante de Carlson y le añadió un haz de láser a su impresión en seco (electrofotográfica Set) para crear la primera impresora láser de la historia: EARS.
Esta novedosa evolución se llevó a cabo en el Xerox PARC, el centro de investigación desde el que todavía hoy la marca norteamericana trabaja para crear “la oficina del futuro”. Un ejemplo claro del carácter pionero e innovador que ha tenido y sigue manteniendo Xerox Corporation.