Detrás de un gesto tan cotidiano y sencillo como el de realizar una fotocopia se esconde una historia de tenacidad. Hace sólo unas décadas, el resultado que hoy obtenemos únicamente con apretar un botón requería horas y horas de laborioso trabajo.
La necesidad agudiza el ingenio, pero para llegar a revolucionar el funcionamiento de las cosas hace falta mucha perseverancia. Chester Carlson (1906-1968), un americano de origen humilde y licenciado en física reunía ambos requisitos: necesitaba dejar de copiar miles de patentes a mano porque la artritis empezaba a hacer mella en sus capacidades y era un trabajador incansable que no se conformaba con el orden preestablecido.
Después de años transcribiendo todo tipo de documentos, incluso libros, Carlson alimentó su convencimiento de que era posible hacer copias de forma diferente leyendo revistas científicas que le ayudasen con su inventiva. En uno de los muchos artículos teóricos que leyó, el húngaro Pál Selényi explicaba como impartir una carga electroestática en un tambor rotatorio de material aislante. Su idea era que el tambor capturara la imagen para que esta se transfiriera al papel a través de un polvo de tinta seca.
Este planteamiento supuso el punto de partida de Chester Carlson hacia uno de los inventos más importantes del siglo XX: la xerografía. El 22 de octubre de 1938 hizo realidad su objetivo al conseguir la primera copia xerográfica del mundo e inmortalizó este hito con un escrito a mano en una lámina de vídeo con la inscripción “22-10-38 Astoria”.
En esta fecha y esta ciudad del estado de Oregón, Carlson resolvió una necesidad propia pero al mismo tiempo simplificó el trabajo de millones de empleados que, cómo él, se dedicaban a copiar a mano todo tipo de textos.
Al inventar la copiadora, este perseverante americano también puso la primera piedra de Xerox, una empresa que desde entonces no ha parado de trabajar para lograr producciones más eficientes y sencillas con toda su gama de productos.